domingo, 22 de abril de 2012


Hoy he ido a ver a mi coso a casa antes de irme a pasar unos días fuera por ahí, visitando a un muchachuelo altamente brrrrrutal que vive en las Islas Baleares. Así que, pensé, me acerco un rato, estoy con ella, charlamos un poquito y me vuelvo pronto para hacer la maleta. 

Pero al final me he quedado a cenar. Y he estado un rato más, porque estaba enganchada. No quería irme. Porque ella tiene su propia forma de demostrar que está feliz, pega, se queja, se enfurruña, se ríe a veces, aprieta los labios. 

Porque podría estar horas viéndola así. Y volvería a ir en el autobús de vuelta a mi casa, con una cara de idiota reflejada en el cristal como la de hoy, solo de recordar su cara. 

Y si yo estoy feliz, y ella está feliz... ¿qué más puedo necesitar yo?