La ciudad sin gente
Las etapas en las que hacemos una transición, de una parte importante de nuestra vida a otra, son bastante complicadas.
Recuerdo esa fea sensación, flotar de una punta a otra de la ciudad, los tonos grises, las sombras de todas aquellas personas que no tenían nada que ver conmigo ni me interesaban en lo más mínimo.
La ciudad sin gente, el dejarse escurrir en los asientos de bus para que te lleven a cualquiera de tus obligaciones, los rostros impersonales, el sonido molesto de las conversaciones ajenas. El tirar y tirar y tirar hacia delante con tu vida cuando no tienes ganas de hacerlo ni fuerzas para ello. Crecer, aprender el lado malo de querer a otras personas de la peor forma y más aún, darte cuenta de que le ocurre a todo el mundo todos los días y que tu no eres más especial por estar pasando por ello.
Luego viene la fuerza, una fuerza extraña que tira de ti hacia delante y te enseña que hay muchas cosas que habías olvidado que merecían la pena, que eran divertidas, que te hacían sentir libre, bien, la sed de conocer otras personas y otros sitios, de abrir nuevos horizontes, de dejar atrás lo que no te gusta, lo que convierte las calles en una ciudad de fantasmas.
Llega algo que hace que vuelvas a tener ilusión, algo que hace que tengas no solo curiosidad, sino ganas por lo que la vida puede ofrecerte.
Ahora, me queda muy poco para terminar mi transición. En cinco días haré mi último examen, y en un mes y pico, presentaré mi proyecto final. Me queda muy poquito para terminar y salir de la escuela de arte de Sevilla... por eso pienso darlo todo. Para dejar de ver una cara de este mundillo que he llegado a detestar, empezar a elegir el camino artístico por el que quiero avanzar por mí misma.
Y al fin, ser libre de hacer lo que me de la realísima gana.
No hay comentarios :
Publicar un comentario