miércoles, 23 de enero de 2013

Mi último día en BPP Fitzwilliam




Cuando fui esta mañana a trabajar, imaginaba que me costaría hacerme a la idea de no volver a trabajar allí. Pero la verdad, ha sido mucho más difícil de lo que pensaba. 

Hoy ha sido un día lleno de cosas agradables. Todo ha empezado con el abrazo de Mera a las 7 y media de la mañana, las bromas con Jose, Amalia y "el chiquitín" sobre mi abandonadora persona, la sensación de que  voy a echar mucho de menos las risas que me echo con ellos. Han hecho supervisor a Jose en las dos horas de la mañana y me alegro mucho, muchísimo por él porque se lo merece y porque si alguien conoce el trabajo, es él y estoy segura de que va a hacerlo mucho mejor que yo. Nos hemos despedido con una invitación de él y su mujer para llevarnos a comer a mi y a Aitor para celebrar mi cumpleaños.


Por otro lado, ha venido la chica nueva que ha resultado ser un encanto de persona y que después del día de hoy, tengo la sensación de que es el comienzo de algo que va bastante encaminado a tener una amiga aquí por fin con la que quedar, tomar algo y compartir cosas con alguien de mi misma edad.

Durante todo el día Atila ha estado dándome achuchones y diciendo que le van a robar a su mascota, gente diciéndome: no me creo que te vayas a ir, ¡me acabo de enterar!, felicitaciones, deseos de que me vaya muy bien en mi nuevo trabajo y demás.

A eso de las cuatro, me han hecho encerrarme en la cocina entre risitas y miraditas y me han venido las chicas de administración y de student advice con un pastel de chocolate y un montón de tazas de té  y hemos estado hablando de mi nuevo trabajo y de esas cosas que se dicen en estas situaciones. Por estas, yo ya estaba casi casi por echarme a llorar y cuando se fueron, Gabriela, la chica nueva, me dijo que se notaba que en aquel sitio me apreciaban mucho y me rascó un poco la chepita.

Y para rematar la tarde, bajaron Andrés y Attila. Andrés se iba y me vino a dar un achuchón y a decirme que había sido un placer trabajar conmigo. Yo le dije que más le valía quedar de cuando en cuando para tomar algo, o que si no tendría que matarle. Normalmente las amenazas de homicidio suelen funcionar.

Y después el mejor momento fue cuando Attila abrió los brazos y le di un supermegaachuchón, me dio unas cuantas vueltecitas en el aire y me llevó en volandas por medio comedor en proceso de rapto de última hora.  Un ratito después, una adorable Lucy venía con un pucherillo a darme un abrazo y desearme mucha suerte en mi nuevo trabajo con la promesa de salir a tomar algo la semana que viene.

Hoy, teniendo en cuenta el nivel de frialdad londinense y del miedo al contacto del que todo el mundo me había hablado, me he llevado a casa muchos más abrazos de los que me esperaba.

Y al salir de aquel edificio sentía una cosilla por dentro que no sabría cómo describir. Esa sensación perdida entre la excitación por lo nuevo que está por venir, la felicidad por haber hecho amigos y dejado huella en algún sitio de esta enorme ciudad y la tristeza de dejar de trabajar todos los días con gente que ha sido capaz de hacer cada día divertido, aportarme sus historias, rascarme la chepa cuando tocaba, reírse conmigo y sobre todo verme no como la limpiadora de la universidad, sino como Laura, la chica fotógrafa que está un poco locuela y que tiene la patata más blandúcida que el panetone sumergido en chocolate fondant. 




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