Grillos
Le gustaban los silencios
de Afri. Le producían una mezcla entre la excitación de tenerla
cerca y la comodidad de estar con una persona que sabe estar callada
más de cinco minutos sin aburrirse. Respetar los espacios.
A veces Julia se
imaginaba rompiéndolos, revelándole una verdad que había ido
creciendo en su interior desde hacía mucho tiempo, pero ni siquiera
llegaba a despegar los labios. Era curioso lo difícil que resultaba
hacer salir las palabras cuando ella estaba alrededor. La dejaba sin
habla, la ponía tan nerviosa que se olvidaba de quién era. Todo
dejaba de importar.
Para ella, Afri había
dejado de ser un individuo para pasar a tener nombre. Ni siquiera
importaba que fuera mujer u hombre, que fuera guapa o fea, morena o
rubia, alta o baja. Era todo el conjunto de componentes que
condicionaban que fuera Afri. Y todo lo que envolvía a esa persona
le producía algo más que atracción, era simplemente imposible de
ignorar. Nunca se había sentido así hacia nadie. Quería que ella
la “viera”. Quería estar cerca, lo quería tanto que dolía no
estarlo. Pero cuanto más importante era esto para ella, más se
atascaban las palabras en su garganta.
Allí, tumbadas en el
césped mientras miraban las estrellas, pensaba: “qué
enamoramiento tan cliché”. Y no le importaba.
-¿Sabes, Juls? Cuando
tenía ocho años y me tumbaba en la cama por las noches, me dormía
pensando que el sonido de los grillos lo hacían las estrellas.
Menuda cursilada.
-¿Las estrellas? -Julia
sonrió- Si que suena un poco cursi. Pero es bonito.
-Ya. Era bonito -dijo
mientras acomodaba uno de sus brazos detrás de la cabeza y se
colocaba de lado para mirarla- hasta que se lo conté a mi hermano. Y
me dijo que era un bicho feo el que lo hacía.
-¿Dejó de gustarte?
-preguntó, girándose también hacia un lado y encontrando sus ojos
en la penumbra de la noche.
-Durante un tiempo si.
Pero ahora me gusta, porque recuerdo esa época de mi vida con mucho
cariño.
-La vida está llena de
estrellas que acaban siendo grillos -dijo Julia, perdiendo la mirada
de nuevo en el cielo.
-Si, pero te enseña una
lección -dijo hincándole el dedo índice en uno de sus mofletes-
Que incluso de las cosas feas, puede surgir algo bonito. A veces la
mejor belleza es la que nace de algo horrible.
-Pobres grillos -sonrió.
Afri rió ligeramente y
el sonido se escurrió dentro del pecho de Julia como el agua entre
las piedras.
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