Relato escrito en servilletas~ La punta de la flecha
'Nos centraremos en las heridas de flechas, el conocimiento de las lesiones producidas por flechas era muy amplio y documentad, se exhortaba a que el cirujano conociera los tipos de flecha para poder curar al soldado herido. Según el médico cordobés Al-Zahrawi:
Las heridas de flecha varían tanto por el tipo de flecha como por las parte del cuerpo donde penetren. Por lo que se refiere a las diferencias entre sus distintos tipos, las hay grandes y pequeñas; algunas tienen puntas cóncavas y otras con puntas duras: algunas tienen tres puntas y otras cuatro; algunas tienen lengüetas y otras tienen esquinales...'
-Meylir Mac Cárthaigh.
Una voz grave le distrajo de su lectura. Levantó la vista para encontrarse con la mirada de aquel hombre que había visto yacer en una camilla el mismo día que él llegó allí, vagando entre la vida y la muerte con una flecha clavada en el costado. Afortunadamente, había buenos médicos y no había atravesado ningún órgano, así que había vivido lo suficiente como para contarlo. Mientras terminaba de recuperarse, había pillado lo único de lectura que le habían podido proporcionar... tratados sobre medicina.
-¿Te encuentras mejor, muchacho?
-Más o menos. ¿Y tú?
-Inquieto -dijo sentándose en un lado de su jergón mientras mordía despreocupadamente una manzana- me pregunto por qué mandarán a niños a hacer un trabajo de hombres.
-No soy tan niño. Aunque prefiero los libros a las armas, pero en tiempos de guerra...
-¿Sabes lo que significa tu nombre?
-Príncipe -dijo el chico, muy subido.
-Te pega -le dedicó una sonrisa socarrona.
El hombre se encogió de hombros.
-Sois carne de cañón. Sobre todo los muchachos como tú, que no han sujetado un arma en su vida. Todavía te queda mucho que hacer y que aprender antes de morir, jovencito.
Meylir observó algo que pendulaba colgando del cuello de Glenn O' Rourke. Tenía una cadena al cuello y de ella pendía un colgante con forma de punta de flecha. Curiosamente estaba leyendo sobre ello. Sonrió ligeramente.
-¿Qué te resulta divertido, pequeño proyecto de guerrero?
-Nada. Simplemente, leía un tratado médico sobre la extracción de flechas y tú llevas una punta de flecha colgada al cuello.
El hombre asintió en silencio. No aportó más información.
-¿Regalo de... una mujer? -preguntó, curioso.
-Sí, eso es -dijo agarrándolo con los dedos y deslizándolo de un lado a otro, casi inconscientemente.
-¿Lo llevas para hacer más llevadera la distancia con tu enamorada? -el hombre se echó a reír y el muchacho se sintió algo ofendido. No pretendía ser gracioso.
-Fue una historia pasada hace tiempo... Pero lo llevo para recordar algo importante -dijo, señalando un párrafo del libro que tenía en las manos- Lee.
El chico pareció algo confuso pero volvió a dirigir sus ojos al escrito.
-"Cuando una de estas flechas traspasa un órgano de esta clase y observes los signos de la muerte que yo te describiré más adelante debes evitar la extracción de la flecha, porque la muerte del herido sigue generalmente pero cuando tu no veas estos signos mortales y la flecha no haya penetrado en lo profundo del órgano, entonces debes extraerla y curar la herida. A veces las flechas estaban envenenadas, en tal caso..." -el chico frunció el ceño- ¿por qué me haces leer esto?
-Escúchame bien. Todavía eres un niño y no lo sabes, pero hay heridas que son difíciles de curar. La tuya te ha pasado rozando, pero has tenido suerte -dijo señalándole el vendaje del costado- Hay personas que te disparan flechas mucho más peligrosas. Al principio amas la herida, incluso cuando sangras, pero luego es demasiado tarde y extraerla puede causarte la muerte.
-Quien te disparó a ti debía ser un excelente tirador -dijo el chico, mirándole con una sonrisa y una ceja levantada. Había un brillo en los ojos de aquel hombre que parecía gastado y maltrecho, pero que permanecía de algún modo en el fondo de su mirada gris.
-O yo un blanco fácil. De cualquier manera... ten cuidado con las flechas. No siempre vas a tener tanta suerte -dijo el hombre, revolviéndole el pelo con una mano y levantándose de su lado para ir hasta la puerta de la tienda- Ah... un consejo: deja de jugar a la guerra y vuelve a tu biblioteca -y dicho esto, volvió a dejarle a solas.
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