lunes, 8 de agosto de 2011

Mini relato: escrito en servilletas.


Echó un último vistazo a la larga calle vacía, adornada solamente por unas cuantas luces, mientras volvía la mirada hacia delante y avanzaba dentro de la estación de trenes. El olor de aquel escaso aire fresco que le mecía los cabellos era el de los jazmines y las damas de noche, el de las largas caminatas de verano con los pies cansados y sucios desde una punta a otra del pueblo, el tacto de su piel rugosa tirando de ella con sus manos grandes.

Recordó el aroma de los brownies de chocolate. El olor a playa, a su infancia. Su risa ligera. El frío de los soportales a las ocho de la mañana y la caricia de la espuma del champú entre sus dedos. Recordó que la atmósfera podía tener una descripción ridícula. Las hojas caídas en otoño y la ropa y los pies empapados por la lluvia. Recordó el sabor de las promesas que no se pueden cumplir, la inocencia y la confianza.

Y echó a correr dentro del tren, con un nudo atragantado dentro del cuello, tirando de su pequeño atillo mientras buscaba un rincón en uno de los vagones en los que acurrucarse. Sabía que en los libros y en las películas, la chica siempre volvía la cabeza hacia la puerta. Ella no lo hizo, porque aquello no era un cuento, ni una historia, ni una película, ni siquiera era un relato de terror. En esos acabas muerto, se dijo. O una cosa peor.

Se hizo un ovillo en uno de los asientos mientras aplastaba la cabeza encima de su atillo, contra el cristal. Le hubiera gustado decir tantas cosas, tantas... no había palabras suficientes en el mundo. Pero ¿qué podía decir? No podía decir nada. ¿Qué podía hacer? Tampoco podía hacer nada. Nadie te prepara nunca para esto. Nadie te dice que te tocará ser el personaje secundario de la película y no el progatonista.

Y con esta verdad, lo único que podía hacer era repetir el ritual. Mañana sería un día nuevo. Mañana iría camino hacia una nueva vida y un nuevo destino, con apenas unas monedas en el bolsillo y una muda de ropa, y todos los sueños viejos tirados por la ventana.

Y como tantas otras noches, desató el nudo de la garganta y lloró hasta quedarse sin fuerzas.


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